Había cumplido yo losocho años, y como es natural a esa edad, todo es un paño de Juicio. Recuerdo calramente que mi abuelo materno, encontrábase respondiendo con pulcritud un juego de Puzle.
-Papá Mario (interumpí)...Dios existe?
Él alzó su vista del papel y la dirigió hacia mi, sabiendo de la importancia de tal pregunta y como advinando que en camino venía otra similar me respondió:
-Cuando me ganes al ajedrez, te digo la verdad.
Tal respuesta no hizo otra cosa que acrecentar mis dudas, darme una sensación de curiosidad vacía y ponerme a la tarea de jugar ajedrez, total era eso lo que yo buscaba, ¡verdad!, en mi inocencia me decía para darme ánimos: la verdad! él tiene la verdad! y me la va a decir!
Este juego comenzó complicándome la vida, pero mi fin de conocer la verdadera respuesta, era mucho más firme. Hasta entonces yo solo sabía de Dios que perdonaba los pecados, era el jefe de los ángeles guardianes, y te enviaba a un horno de fuego si te portabas mal. Curioso, primero te hacía cariño para luego darte bofetadas.
Habían transcurrido dos o tres meses de mi preparación en el arte del ajedrez, mi técnica secreta en este duelo consistía en (protege y avanza). Nos sentamos frente al tablero, yo hice el sorteo de color y me correspondió el blanco, ¡que bueno!, me dije, pues con este color había hecho mis prácticas. Avancé un peón, luego un caballo, otro peón y otro más, luego un alfil, pero para cuando me di cuenta...me dieron jaque mate. No gané un juego de tres, me temblaron las rodillas, y mis ojos se humedecieron, mi verdad, aquella verdad que buscaba, se estaba esfumando. Agaché mi vista derrotado...pero luego un abrazo tibio me rodeó, y una voz cálida y tranquilizadora me susurró "te quiero, te quiero mucho". Mi abuelo me limpió las lágrimas y mirándome a los ojos me preguntó.
-Qué querías saber?
Mi corazón se alegró porque no había perdido, y lo invadí con mis curiosidades:
-Dios existe?
-Si
-y sus papás quienes son?
-Nadie lo sabe
-Y quien es nadie?
-No, me refiero a que nadie conoce a sus papás
-Ah, ya, y cómo nació?
-Cómo, no se, pero nació allá en el cielo...
Así transcurrió nuestra conversación. Hasta aquel momento mi curiosidad era mucho más poderosa que algunas respuestas, pero pronto todo tendría un rumbo distinto, y eso fue debido a la pregunta exacta...
- y quién ha visto a Dios?
-Sólo los que mueren!
Aquella respuesta sonó con eco en mi mente. "Sólo los que mueren", pues claro, todo era lógico. Para que Dios te castigue enviándote al horno de fuego, tenías que morir, y a ese horno solo se iban los que se habían portado mal, pero muy mal. Y bueno, sobrepesé los pro y los contra, muy malo al horno, más o menos bueno, al cielo, y yo...bueno, yo había puesto un chicle en el pelo de alguien, había robado algunos dulces en uno que otro cumpleaños y había dicho uno que otro garabato en contra de mis padres...no era tan malo.
Así que tenía que morirme, pero no muerto muerto, solo morir un ratito, es decir morirme, conocer a Dios y luego despertarme. Mi plan estaba resuelto, creía que en realidad era un plan perfecto, pero por si aparecía algún detalle, dilaté el plan unos días.
En aquella época, para mi no era un suicidio -ni si quiera conocía el término- para mi era la búsqueda de una palabra, "Dios", y por ende, la formación de mi propio carácter "terminar lo iniciado".
Al fin llegó el día de mi muerte no muerte. Esperé que mi abuelo estuviera en su casa y fui a visitarlo, tenía que ser allí, pues él sabía mucho de Dios, y si mis planes fallaban el podría decirle a éste que me devuelva y tema resuelto.
En casa de mi abuelo había un árbol de paltas, y yo me encaramaba para sacar las paltas de la copa. Ahí me subiría y luego fingiría un resbalón, caería y mi ángel guardián quitaría las ramas de mi camino, para que no me rasmillen, caería al piso, moriría, conocería a Dios, vería si tiene barba blanca y una gran capa, luego despertaría y todo listo. Cuando estuve a una altura más o menos lejos del piso, grité a mi abuelo: "¡Papá Mario!" Noté que me miró y me lancé al vacío. En mi caída algunas dudas saltaron a mi mente: ¿y si era mujer? ¿los muertos sentirán dolor?...y estas dudas hacían que mis manos buscaran de donde aferrarse, pero ya era tarde, me azoté contra el piso de grama y hojas.Lo único que alcancé a ver fueron puntitos brillantes y un rostro...el de mi abuelo.
Mis respuestas se connvirtieron en un yeso en el pie derecho y otro en mi brazo y mano izquierda. Mi Ángel de la Guarda al parecer estuvo distraído aquel día. ¿Y de Dios?, bueno, éd debe haber estado contento por haberme enviado aquellas dudas. Quizás debió estar sonriendo por sus bromas.
Seis años más tarde, gané al ajedrez a mi amado Papá Mario, y después escuché la canción de Atahualpa Yupanqui que recita así:
"Hay una cosa en el mundo, más importante que Dios
y es que nadie escupa sangre, pa´que otro viva mejor"
Esa es una verdad bien verdadera.
Mario Pedraza
Excelente trabajo, Andrea.
ResponderBorrarFelicitaciones y suerte.
Saludos para todos los talleristas y para ti desde Argentina.
Bello, reflexivo, con los colores de la inocencia.
ResponderBorrarAbrazos,
Muy buen trabajo. El color de la inocencia es sorprendente. Y cuando ésta se pierde, dejamos de ser adultos.
ResponderBorrarUn abrazo.
Juan Antonio
Andrea
ResponderBorrarMuy lindo este trabajo
Me emocioné
Maria Ester