Andrea, Andrea, Andrea...
Estuvo mi madre, vino a verme!! la estreché otra vez, y me volví niño y me convertí en un ser lleno de terneza.
Toqué sus manos calmas, sus ojos risueños, oí nuevamente el viento frío del sur, abanicando la frondosa copa de los castaños. Sentí sus vainas caer al lecho terroso y abrir sus frutos al otoño.
96 años, lúcida, nostálgica, suave, su cara con surcos, como la huerta de su patio, sus cabellos blanquecinos, así la nieve en los vértices de la añosa Nahuelbuta.
Recorrí caminos, sendeos, huellas. Busqué antiguas matas, como lo hice con la abuela y con ella. Y descansé de este actual camino, en un remanso del sendero rodeado de mirtos en flor...
...me habló de Lota, de muchas viejas amigas que preguntan por mi. Me habló del mar, de sus guindos y cerezos. Me contó de algunas vecinas que rezan por mi retorno. Me dijo que no tenía quien podara sus rosales, ya que Germán, su primo, dormía junto a mi abuela, que aporcaba la tierra, para que sus raíces emergieran con más ímpetu.
Muchas veces me he preguntado...¿de dónde habré sacado esta veta de poeta? y me bastó escuchar a mi vieja madre y responderme calladamente, que en si, su lenguaje tiene poesía.
Volví a su útero, sentí su lisura dulce de mujer sureña. Al tacto de mis manos en las suyas, supe que aún sigue la hortelana, incansable, adherida a la Ñuque Mapu.
Recorrimos Comuy, revivimos a las abuelas tocando vigüela en las cosechas junto al Toltén. Emanó olor a Aguardiente, Digüeñes, Changales y Loyos.
¡Ay Andrea! Todavía tiemblo de alegría e impaciencia. Bastó un abrazo y las rejas desaparecieron, bastó su mirada, y ya no estaba en el lugar; yacía junto a los juncos y poleos, y ella me llamaba para que la aydase a reunir hierbas que solo ella y mi abuela conocían.
Como no darme cuenta que soy un ser que el amor no evade. Tan amado, tan querido y esperado por muchas personas...
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