Ella desciende eterna, sin guiños ni reparos. Aún que es suave cual mimosa, no pretende nada, y lo cubre todo.
El níveo rostro pinta recodos y remansos, desdibuja las cornisas y ahuyenta
los pájaros viejos. La piel se enciende y pende del rostro de los cielos.
Se hace inmensa, tan inmensa que la noche absorbe, que a la luna pierde.
El hilo del que desciende es tan suave e invisible ¿qué es?
¡Que no sabe de aromas! ¡ no sabe de silbidos! ¡no emite ruidos!
El cuerpo blanco amarra las casas y desmenuza su cuerpo sobre las veredas magnas.
Alfredo Cabrera
pintura: Johanna Bohoy
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