Muy emocionado miraba y conocía tantos paisajes llenos de leyendas, como aquellas salitreras a orillas del camino. Yo observaba e imaginaba un pueblo fantasma, hasta un cementerio y veía cuando nos alejábamos. Mi
padre manejaba, la calor brotaba como si fuese agua en el pavimento.
Al atardecer, bajando marchas, desaceleraba a orillas de una posada y nos bajábamos. Como siempre, mi padre recorría neumático por neumático, revisando que nada pasara. El olor a caucho se mezclaba con la cena que la señora preparaba mmm...comíamos, una pequeña charla y yo solo observaba. Eran viejos robles en sus máquinas. Nos despedíamos, y el camino nos esperaba de noche cruzando el desierto. Las estrellas eran las luces que nos acompañaban.
Recuerdos de noches enteras charlando con mi viejo y querido padre. Nunca olvidaré aquel amanecer, el cielo enrojecido el desierto casi prendido..parecía un atardecer, pero era un amanecer, un comienzo. Ahora lo recuerdo como un mensaje, que todo lo que termina tiene un nuevo comienzo, como el amanecer en el desierto.
José Marambio
Foto: Salva Solé
Hermoso relato
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