El mismo Manuel de la historia de la manzana, único hombre entre once hermanas mujeres, tiene una hermana regalona, su compañera, su amiga del alma. Es la Violeta. Yunta desde chiquititos, salían a patiperrear por el centro, con un perro que se llamaba Mapocho y una muñeca que Manuel le regaló a la Violeta. La había comprado con la plata que se robó de un puesto de frutos secos. El tenía cinco años y ella cuatro. Juntos caminaban hasta que por ahí los pillaba la noche, que finalmente para Manuel, se transformó en una noche inmensa de 29 años.
Pero cómo se querrán esos hermanos, que la Violeta ha seguido a Manuel en cada cárcel, en cada traslado ha estado al pie del cañón, haciendo la cola de madrugada para llevarle sus cosas.
Hace años, cuando Manuel era joven, parte de sus “cosas” era la “chicota”, que la Violeta le ingresaba entre el Nescafe y las camisas limpias, hasta que tanto va el cántaro al agua, que la pillaron y la metieron presa. Ahí colapsó Manuel. La Violeta presa por su culpa! Ese mismo día pidió que lo encerraran en una celda de castigo. Llegó con su colchón, y se acostó a dar la pelea. Por dos meses apretó los dientes y aguantó como pudo los horrores de la desintoxicación, hasta que salió limpio y con el juramento de nunca, nunca jamás volver a consumir drogas. Había utilizado a su hermana, la había arriesgado, la hizo sufrir…”cómo será el demonio de la droga, que ciega y pasa por sobre lo que nos es más sagrado”.
Y nunca más, ha sido nunca más! Dos meses aislado, y se terminó para siempre la chicota, y se terminaron para siempre las drogas.
La pureza del amor de estos hermanos me conmueve profundamente. En la sordidez de la cárcel, la voz de la Violeta ha sido el susurro de aliento permanente al oído de Manuel. Se han cuidado y se han querido como han podido, nunca se han soltado las manos, en un amor generoso como el infinito.
Manuel no quiere que la Violeta lo vaya a ver tan seguido. Le hace mal, me comenta, ya está viejita, tiene la presión alta, se cansa, además la diabetes la tiene complicada…por mi, mejor que ni venga…!
Y vuelvo a imaginarme al cuarteto: a Manuel, a su perro Mapocho, a la Violeta y a su muñeca… patiperreando en esos años, en que en Santiago se escuchaban boleros.
Pintura:Joan Eardley